Y últimamente escribo como si aporrear las teclas fuera un acto poético de expulsión del dolor.
Quizá por eso te apagas.
De repente. Sin respirar.
Sin avisar.
Coges el impulso y hasta luego.
Y yo estoy castigada a mirar pasar el reloj.
A mirar alrededor y pensar en qué ocuparme.
Y todo empieza a tener un sentido compulsivo.
Velocidad.
Deseos equivocados.
Mientras te enfrías y decides volver a vivir.
Y no eres precisamente de esos que deciden rápidamente y sin pensar.
Y yo sigo aquí.
Mirándote.
Tocándote.
Pensando qué hacer. Buscando la insolución.
No hay manera. Pienso.
Y vuelta a empezar.
Hasta que al final, pasa el tiempo y dejas darte al On.
Se vuelve a encender la pantalla y parece que sonríes y todo.
A ver cuánto dura el idilio.
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