miércoles, 20 de octubre de 2010

De Los Planetas a Aserejé

De estos días que sin saber por qué te levantas de buen humor y acabas perdida en el mar de la nada.
La nada rara. La que no sabe. La de la casa conocida y la del deseo por conocer.
La del no saber con cuál te quedas.
O sí.
Ahora te quedas con la del deseo.
El deseo que me provoca tu mirada clavada en la mía. Y nuestro silencio.

Pero después pasa el día, todo se tuerce, dejas de ver lo bonito que está el cielo cuando es azul y necesitas el abrazo conocido. ¡Casa!
Es más fácil estar ahí, para que no te pillen desprovista.
Y lo peor es eso. El abrazo consentido.

¡Y qué más da! Si ahora te duele la garganta. Estás febril y el cansancio no te deja escribir en forma de vómito.
La prosa sinsorga, que diría tu madre.
La aburrida. La del desahogo inhóspito y vacío.
Miras a la cama y piensas: dejémoslo por hoy. Con suerte, mañana me puedo levantar de la cama. La tos-ferina (siempre me gustó esta palabra) te recuerda que ya, coño, que ya. Que dejes de escribir y de llenarte la cabeza de estupideces vacías.

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